¡Date prisa!

¡Venga niño que vamos tarde!, ¡Corre que no llegamos!, ¡Vamos, vamos!… Estas expresiones forman parte de nuestra cotidianidad, las hemos dejado colarse en nuestro día a día y nunca mejor dicho, nos van marcando el paso.

Nuestros hijos no son hamsters en una rueda, son niños viviendo su infancia. Si bien los niños sanos son felices estando en movimiento, también lo son soñando despiertos, acurrucados en el sofá descansando, acostados boca arriba mirando las nubes, sentados dentro de la cabaña que hicieron y simplemente relajándose. Estos períodos de descanso elegidos por ellos mismos (como su juego), restablecen el equilibrio en el sistema nervioso del niño. Tal vez sea hora de ayudar a los niños a salir de la proverbial rueda de hámster y asegurarse de que tengan tiempo libre no programado para ser niños que viven su infancia. Solo tienen una infancia.

@DanceWithMeInTheHeart https://www.facebook.com/story.phpstory_fbid=1086810179470286&id=100044239433413&_rdr

Creo que merece la pena pararse y reflexionar sobre esta cuestión. Cómo los ritmos, desde diferentes perspectivas, van forzados. Desde nuestra infancia el entorno social, desde su voluntad y buena intención, pero también desde la inconsciencia, nos pide que empecemos a gatear, a sonreír, a balbucear y hablar, ¡Por supuesto a andar! Y… no te digo nada con leer… Pero esta última la dejamos para otro día. Hay una tendencia a marcar el ritmo y nos cuesta esperar que la criatura llegue de forma natural a los diferentes momentos evolutivos que, antes o después alcanzará. Salvo que haya alguna dificultad que en ese caso, es otra cuestión. Más adelante, cuando entramos en una etapa más madura en la que se han alcanzado los principales hitos físicos, biológicos y académicos, entramos en otros retos sociales: pareja y noviazgo, consolidación y matrimonio, crear una familia… Actualmente, desde mi subjetiva percepción del mundo, la realidad parece menos exigente en este sentido, y son muchas las posibilidades vitales las que se abren a cada persona. Formamos parte de una sociedad líquida, donde todo es cambiante y los vínculos humanos se establecen en otros términos.

Este «darse cuenta» del ritmo en el que nos movemos, pasa necesariamente por revisar cómo organizamos nuestras vidas, cómo son las tardes con nuestras criaturas y el porcentaje de tiempo que ocupan las actividades extraescolares, con qué frecuencia nos sentamos a comer todos los miembros de la familia sin dispositivos, cómo organizamos los periodos vacacionales y las actividades no programadas que nos permitimos. Hay sencillas acciones que nos pueden ayudar a regular el ritmo adulto: controlar los tiempos de móvil y pantallas, focalizarnos en lo que estamos haciendo en cada momento, ya sea con nuestras criaturas, ya sea de forma individual, para ello, el Mindfulness puede ser un aliado interesante para ello. No nos damos cuenta que, cuando vamos con nuestro «automático», el acompañamiento respetuoso es más difícil, impaciencia, irritabilidad, ansiedad… suelen estar más presentes y cuesta identificar las necesidades de nuestra criatura. este ritmo apresurado también puede tener claras incidencias en nuestros hijos e hijas, por ejemplo trastornos de sueño, estrés que se expresa a través de la conducta o problemas de alimentación.

Este «darse cuenta» nos da conciencia de la cantidad de cosas que ocurren cuando nos paramos, cuando reposamos cada momento, del disfrute de lo sencillo, que no pasa nada cuando nuestra criatura se aburre, cuando se equivoca, qué seguridad, marco de confianza, orden y paz les estamos regalando… Merece la pena ver este video y comprobarlo.

En relación con el aprendizaje, Kathy Hirsh-Pasek, profesora de psicología infantil de la Universidad Temple de Filadelfia llevó a cabo un estudio con 120 niños en edad preescolar. La mitad iban a guarderías que hacían hincapié en la interacción social y un enfoque divertido del aprendizaje; la otra mitad iban a otra guardería donde los apresuraban hacia los logros académicos. Los que procedían de un entorno más relajado y lento estaban menos inquietos, más deseosos de aprender y más capacitados para pensar de un modo independiente. Además escribió una obra: Einstein nunca memorizó, aprendió jugando donde llega a la conclusión de que el juego es el mejor método para que los niños aprendan. 

Somos conscientes de las dificultades de este planteamiento porque la realidad en la que nos movemos, es la que es. Conciliar parece un acto heroico a día de hoy. Sin embargo, podemos buscar algunos momentos cotidianos que se prestan a este acompañamiento respetado:

  • En la levantada matinal, levantando a nuestra criatura unos minutos antes, y nos permite que el desayuno pueda ser compartido, estar un ratito de cariños y achuchones en la camita, o prepararles un desayuno rico, rico.
  • Cualquier desplazamiento si lo podemos hacer en bici, de la mano sin prisa… Es una gozada compartida.
  • El momento del almuerzo o la cena es también una oportunidad para compartir cómo nos ha ido el día, a nuestros hijos les gusta también escucharnos, nos humanizamos cuando compartimos con ellos también nuestras dificultades o días complicados.
  • En la ducha, si vamos con menos tiempo, podemos darnos una ducha calentita juntos.
  • Preparando la cena o alguna comida que les guste, son siempre actividades que les motiva porque se sienten útiles y son situaciones más propicias para compartir un rato de calidad.
  • El ratito, ¡Como no! del cuento antes de ir a descansar.

Vamos poco a poco, cada familia en su proceso, andando su camino de la mejor manera que sabe y puede. Mi madre me decía que somos padres y madres durante toda la vida y no le faltaba razón. Si en este momento no podemos dar ese acompañamiento en los términos que nos gustaría, no perdamos la perspectiva para cuando lleguen otros tiempos.

Últimas Entradas

¡Date prisa!

¡Venga niño que vamos tarde!, ¡Corre que no llegamos!, ¡Vamos, vamos!… Estas expresiones forman parte de nuestra cotidianidad, las hemos dejado colarse en nuestro día

Leer más »